Pastoral

22-12-2022

"LA GLORIA DEL SEÑOR LOS ENVOLVIÓ DE CLARIDAD"

“A la huella, a la huella, José y María: con un Dios escondido, nadie sabía”…, canta un tradicional villancico, para anunciar el gran misterio que conmovió y conmueve, a la humanidad y a la Creación toda: “los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios” (Sal. 97, 4) porque “hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías el Señor…esto les servirá de señal encontrarán un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,11-12).

¡¡¡Es la Navidad!!! “Navidad donde por primera y única vez, escribe el padre Descalzo, fue el mundo lo que debía ser: una mezcla de lo divino y lo humano, sin saberse donde empezaba lo uno y donde terminaba lo otro, pero donde lo uno y lo otro eran, a la vez, enormes y abrazadores”.

A la huella a la huella, José pura obediencia, María plena disponibilidad, para juntos hacer la voluntad del Padre y… con un Dios escondido: Jesús, el Hijo predilecto del Padre, el Mesías, el Señor.

Jesús, el Emanuel, ofrecido y que se ofrece para estar con nosotros: “el Verbo se hizo carne y armó su carpa entre nosotros”. Pesebre, carpa: pequeños grandes signos de su cercanía y presencia: “el Dios con nosotros”, el que da vida a un ser humano nuevo desde sus raíces, sin mancha desde su concepción, que viene a salvar a su pueblo.

Jesús, el que viene todos los días a estar con nosotros en la Eucaristía; el que sigue poniéndose confiado en nuestras manos en este gesto de entrega: la Eucaristía. “Yo Soy el Dios con ustedes, como si repitiera en su silencio con gusto a pan” y vine a traerles vida nueva: plena de alegría y esperanza porque “puesto en el pesebre, dice san Agustín, se convirtió en alimento para nosotros”.

“El Señor tu Dios, está en medio de ti…Él exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor y lanza por ti gritos de alegría” Sof. 3,17.

Es que, en medio de nosotros, en la cercanía, en el encuentro es donde nace Jesús y si lo dejamos estar con nosotros, como lo hicieron María y José, se hace posible la cultura del encuentro, de la cercanía de la acogida fraterna, como nos pide el Papa Francisco, en la que todos nos vamos a mirar como hermanos.  Navidad que se escribe con la mano del Dios vivo y verdadero, que sale a nuestro encuentro para colmar nuestra vida de alegría y de esperanza. Alegría que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana y como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios… alegría que siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado más allá de todo (E.G no 4-6). “La alegría exultante de la existencia y de la vida; la alegría del amor honesto y santificado; la alegría tranquilizadora de la naturaleza y del silencio; la alegría a veces austera del trabajo esmerado; la alegría y la satisfacción del deber cumplido; la alegría transparente de la pureza, del servicio, del saber compartir; la alegría exigente del sacrificio”. (San Paulo VI)

“Sean alegres en la esperanza” nos exhorta san Pablo, esperanza activa y creadora, fuerte, comprometida, perseverante. Esperanza que ilumina nuestro corazón y lo mantiene de pie frente a la oscuridad… esperanza de todo lo que el ser humano anhela y sueña que debería ser su vida y su mundo. Toda nuestra vida debe ser un grito profético de esperanza: ¡Ven Señor Jesús! porque la esperanza supone, no un simple esperar que los tiempos pasen, sino un compromiso concreto con la historia que nos toca vivir, con la confianza puesta en Dios.

Confianza puesta en “la promesa de la esperanza frente a la desesperación, de la luz y la belleza frente a la oscuridad, de la alegría y el gozo frente a la angustia y la tristeza, de la libertad frente a la opresión, de la justicia frente al abuso, de la paz frente a la agresión y la violencia” (Fray Vicente Niño Orti).

Confianza en la esperanza que se cumple hoy: “Nos ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor, y nos trae la Salvación”, esperanza de plenitud y de sentido del hombre, soñada a través de los tiempos, y que se concreta en un Niño envuelto en pañales, nacido en un pesebre porque no había sitio en la posada para él.

En esta Nochebuena, cuando nos acerquemos a comulgar, preparemos con nuestras manos un pequeño pesebre para recibir a Jesús Eucaristía. Pongamos sobre él los rostros y los nombres de todas las personas con las que hemos compartido este año, especialmente los de aquellas con las que la convivencia resultó más complicada. Y con el corazón abierto, pleno de amor pidamos que el Niño Dios, los cubra y nos cubra con su paz, sea luz para nuestros ojos, bálsamo para nuestras heridas, meta para nuestro camino.

“Mira: esas estrellas azules o rojas, parpadean desde la eternidad y hasta la eternidad. Sé cómo ellas, no te canses de brillar. Siembra por los campos secos y por las agrias cumbres la misericordia, la esperanza, la paz. No te canses DE SEMBRAR, aunque tus ojos nunca vean las espigas doradas. Los pobres un día las verán” (Ignacio Larrañaga en “Muéstrame tu rostro”)

                   

   

¡Muy Feliz Navidad!

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