Pastoral
08-03-2023
Los dones al servicio de los demás
El papa Francisco lanzó el 12 de septiembre de 2019 “la invitación para dialogar sobre el modo en el que estamos construyendo el futuro del planeta y sobre la necesidad de invertir los talentos de todos, porque cada cambio requiere un camino educativo que haga madurar una nueva solidaridad universal y una sociedad más acogedora”. Claro que no estaba en la mente de nadie la irrupción de la pandemia del Covid 19, a la que le debemos, tal vez, un aspecto positivo: puso en evidencia algo que ya sabíamos, pero de manera dramática: la desigualdad entre los más desfavorecidos y los que mucho tienen.
De todas maneras, no podemos considerar esta invitación como un acto arbitrario y desvinculado de las ideas fuertes del magisterio de Francisco. Les propongo una lectura del pacto sin perder de vista los núcleos temáticos propuestos en las tres exhortaciones del Papa: Evangelii gaudium, Laudato ‘si y Fratelli tutti. En la primera de ellas hay un reconocimiento de un “exceso de diagnóstico”, es decir, sabemos que algo nos pasa, pero, o bien no estamos dispuestos a solucionarlo o simplemente no somos eficientes en su resolución. Podemos advertir una crisis de compromiso comunitario. Laudato ‘si precisa líneas educativas. Se propone una educación en alianza entre la humanidad y el ambiente. Una ecología integral que no se limite a lo informativo, se requiere el cultivo de sólidas virtudes. Los seres humanos somos capaces de volver la mirada a lo fundamental: el bien, la verdad y la belleza.
Por su lado, Fratelli tutti advierte la necesidad de plantear un proyecto de todos para todos. Puede verse un esbozo de la idea de educación como bien común. El bien común presupone el respeto a la persona humana. También reclama una cuota de bienestar y el desarrollo de los diversos grupos intermedios, aplicando el principio de subsidiariedad. Pero también requiere de la paz social, “es decir, la estabilidad y seguridad de un cierto orden, que no se produce sin una atención particular a la justicia distributiva, cuya violación siempre genera violencia. Toda sociedad –y en ella, de manera especial el Estado– tiene la obligación de defender y promover el bien común” (Laudato ‘si N° 157).
En el mensaje de invitación, la propuesta convoca a “reconstruir el pacto educativo global”; lo motiva la advertencia de estar atravesando un cambio epocal, que no solo provoca un cambio en la cultura, sino también antropológico. “Reconstruir” supone que hay un antes construido. No es que se promueva la idea, siempre simplista, de un tiempo anterior mejor, como si todo lo nuevo careciera de sustento y lo tradicional fuera lo mejor, por ser lo conocido. Tampoco se verifica la contraria. Hay cierta sabiduría en integrar las tradiciones con la novedad. Algunas cosas deben permanecer y otras, cambiar. Se avanza en los procesos como en el caminar, apoyándose en el pie de atrás, pero al mismo tiempo inclinándose hacia adelante, arriesgando algo de inestabilidad.
Los carismas religiosos aportaron intuiciones muy valiosas en el ámbito educativo. Rosa Venerini, fundadora de las Escuelas Pías, fue de las primeras en innovar. Las niñas y jóvenes no iban a la escuela. Un Don Bosco o san Juan Bautista de La Salle entendieron en su tiempo que los pobres debían ir a la escuela. Más recientemente conocimos la experiencia de Lorenzo Milani, en un desconocido pueblo cercano a Florencia. La escuela de Barbiana tenía como ideal una sociedad justa. Algunos de los egresados de la escuela escribieron un hermoso texto: “Carta a una maestra”. Este escrito sigue teniendo una fuerza y actualidad sorprendentes. Una de las acciones propuestas por el padre Milani era la promoción de maestros jóvenes. No me refiero a los titulados, sino a los niños que estaban más avanzados en el curso y que enseñaban a sus compañeros sus primeros alumbramientos. Estos niños –porque no pasaban los doce años– entendieron que enseñando aprendían muchas cosas: “he aprendido que el problema de los demás es igual al mío. Salir de él todos juntos es la política”. La aldea educativa propuesta en el pacto fue intuida, de algún modo, en esta pequeña experiencia de los años sesenta del siglo XX.
El pacto supone siete compromisos: poner a la persona en el centro, escuchar a las jóvenes generaciones, promover a la mujer, responsabilizar a la familia, abrirse a la acogida, renovar la economía y la política y, por último, cuidar la casa común. Estos compromisos no deben entenderse como una simple suma, sino como un producto. Si falta uno de ellos, toda la ecuación da cero
Para terminar, una referencia puntual. En una reciente publicación, Michael J. Sandel (La tiranía del mérito: ¿qué ha sido del bien común?) se interroga acerca de lo siguiente: sin duda, pensar la posibilidad de una sociedad justa es de un gran atractivo. “Imaginemos –dice Sandel– que un día lográramos suprimir todos los obstáculos injustos para alcanzar el éxito, de manera que todas las personas, incluidas las de los orígenes humildes, pudieran competir con los hijos e hijas de los privilegiados en verdadera igualdad de condiciones. No es fácil compensar las diferencias. Ni el mejor y más inclusivo de los sistemas educativos lo tendría nada sencillo para facilitar a los alumnos de entornos pobres herramientas que les permitieran competir en pie de igualdad con hijos de familias que les dedican abundantes cantidades de atención, recursos y contactos”. Lo atractivo de pensar que es posible promover un grado de movilidad perfecto es que, por un lado, nos proporciona cierta comprensión de la noción de libertad; por otro, nos da la esperanza de que lo que lleguemos a ser sea reflejo de lo que nos merecemos. Sentencia el autor: “El ideal meritocrático no es un remedio contra la desigualdad, es, más bien, una justificación de esta”. Cierto mérito debemos reconocer, pero mucho menos de lo que nos imaginamos.
Debemos dar lugar al reconocimiento de los dones, los propios y ajenos, y ponerlos al servicio de los demás. La intuición de Milani en favor de promover enseñantes nóveles va en esa dirección. El don bien aprovechado es un plus para la naturaleza, como una segunda naturaleza. En este sentido, la escuela vivida desde esta perspectiva es un signo visible de múltiples dones. Un octavo sacramento
Autor
Enrique García
Revista Ciudad Nueva