Orientación Educativa y Pedagógica

01-09-2023

Un arte paciente y amoroso

Un arte paciente y amoroso

Queridos educadores: los invito a recuperar la vocación pedagógica como un arte, un arte paciente y fundamental. Es un arte que busca producir no solo obras únicas, sino también capacidades en serie, forjando habilidades presentes en el corazón de sus alumnos. Al hacerlo, transformamos no solo a los estudiantes, sino también nuestros propios corazones como maestros, padres y administrativos.
Recuerdo las palabras del escultor alemán Pettersson, quien escribió que nunca utilizó un modelo, sino que esculpía directamente desde el tronco. “Mi mano es fuerte, pero avanzo lentamente, extrayendo algo desde dentro hasta que el tronco me hable”.
¿No sería hermoso pensar que en nuestra tarea educativa estamos tallando una madera preciosa y que sabremos qué hacer cuando esa madera hable con todas sus potencialidades?
Este llamado a recuperar la dimensión de la educación como arte me lleva a compartir la espiritualidad de los Sagrados Corazones de Jesús y María. Esta espiritualidad nace de la Cruz, del Amor que se entrega hasta el final.
En la Cruz, vemos a Jesús pronunciar palabras trascendentales, como el perdón a sus verdugos y la encomienda de su Madre a su discípulo. Finalmente, entrega su espíritu al Padre. Aquí surge la pregunta: ¿Estamos hablando a nuestros estudiantes y seres queridos hasta el final, amando sin límites?
Observemos a María, acompañando a Jesús en la Cruz y entregándole como madre.
Ella acepta su sufrimiento y se convierte en la Madre de todos los discípulos, prolongando su maternidad. Al acercarnos a los corazones de Jesús y María, descubrimos que el Amor auténtico requiere tiempo, paciencia y confianza en las capacidades de los demás.
En este viaje espiritual, la Eucaristía y la Adoración juegan un papel fundamental. La última cena de Jesús nos muestra cómo desea alimentarnos con su Amor. En la Eucaristía, lo vemos compartir con nosotros su cuerpo y sangre. Y en la Adoración, encontramos un espacio para la intimidad con Él, donde podemos aprender a amar desde la contemplación y la paciencia.
Sin embargo, el Amor que surge de la Contemplación y la Adoración no es solo un sentimiento, sino un Amor reparador. Es un Amor que se sumerge en nuestras heridas y fragilidades.
Jesús se presenta a sus discípulos resucitado, mostrándoles sus llagas, aceptando incluso sus fracasos. Este Amor reparador también requiere humildad para reconocer el daño causado y la capacidad de empatía para entender el dolor ajeno.
En este camino, aprenderemos a amar a Dios al servir a nuestros hermanos.
La espiritualidad cristiana nos insta a ver a Jesús en cada persona necesitada. Al servir a los demás, servimos a Dios mismo, cumpliendo el mandato de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
El tiempo de pandemia nos ha desafiado, mostrándonos nuestra vulnerabilidad compartida y recordándonos que todos somos similares en nuestras fragilidades y talentos. Es un recordatorio de que necesitamos unos a otros y que debemos aceptar el amor reparador de Jesús en nuestras heridas.
En conclusión, los invito a abrazar la vocación pedagógica como un arte paciente, a vivir la espiritualidad de los Sagrados Corazones de Jesús y María a través de la contemplación y la Eucaristía, y a cultivar un amor reparador que transforme nuestras vidas y relaciones.
Que este llamado nos guíe en nuestra labor educativa y en nuestra búsqueda constante de amar más y mejor.
 

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