Orientación Educativa y Pedagógica

07-09-2023

Congregación para la Educación Católica

La dimensión religiosa de la educación en la Escuela Católica

Orientaciones para la reflexión y revisión nros 100-115

Roma, 7 de abril  de 1988

 

.En el mes del educador y a  35 años de la publicación de este documento, el CEC de la Provincia de Buenos Aires hace llegar a los establecimientos educativos el contenido textual referido al PROYECTO EDUCATIVO, como aporte, de actual vigencia,  para la capacitación de directivos y docentes.

 Proyecto educativo

100 Las incumbencias de una escuela católica son bastante amplias y articuladas: además de la obligación de respetar las normas constitucionales y las leyes ordinarias, y de confrontarse con métodos, programas, estructuras, etc., tiene el deber de llevar a cabo su propio proyecto educativo, encaminado a coordinar el conjunto de la cultura humana con el mensaje de salvación; ayudar a los alumnos en la actuación de su realidad de nueva criatura y adiestrarlos para sus obligaciones de ciudadano adulto. Se trata de un proyecto global «caracterizado», en cuanto dirigido a la consecución de unos objetivos peculiares, que se debe realizar con la colaboración de todos sus miembros.

En concreto, el proyecto se configura como un cuadro de referencias que:

   _ define la identidad de la escuela, explicitando los valores evangélicos en que se inspira;

 — precisa los objetivos en el plano educativo, cultural y didáctico;

 presenta los contenidos-valores que hay que transmitir;

 establece la organización y el funcionamiento;

 prevé algunas partes fijas, preestablecidas por los profesionales (gestores y docentes); qué se debe gestionar conjuntamente con los padres y estudiantes y qué espacios se dejan a su libre iniciativa;

 indica los instrumentos de control y evaluación.

101. Se prestará especial consideración a la exposición de algunos criterios generales, que deberán inspirar y hacer  homogéneo todo el proyecto, armonizándose en él las opciones culturales, didácticas, sociales, civiles y políticas:

a) Fidelidad al Evangelio anunciado por la Iglesia. La acción de la escuela católica se sitúa, ante todo, dentro de la misión evangelizadora de la Iglesia, insertándose activamente en el contexto eclesial del

País en el que trabaja y en la vida de la comunidad cristiana local.

b) Rigor de la investigación cultural y del fundamento crítico, respetando la justa autonomía de las leyes y métodos de investigación de cada una de las ciencias, orientados a la formación completa de la persona.

c) Avance gradual y adaptación de la propuesta educativa a las diversas situaciones de cada persona y de las familias.

d) Corresponsabilidad eclesial. Aun siendo la comunidad docente el centro propulsor y responsable principal de toda la experiencia educativa y cultural, el proyecto debe nacer también de la confrontación con la comunidad eclesial con las formas de responsabilidad que se juzguen oportunas.

El proyecto educativo, pues, se distingue netamente del reglamento interno, de la programación didáctica y de una genérica presentación de intenciones.

102. El proyecto educativo, actualizado anualmente teniendo en cuenta las experiencias y las necesidades, se realiza  en el proceso; éste prevé períodos o momentos determinados: punto de partida, etapas intermedias y meta final. Al final del período, educadores, alumnos y familias comprobarán si se han cumplido las previsiones. En caso contrario, se buscarán las causas y los remedios. Lo esencial es, que este modo de proceder sea sentido sinceramente por todos como un empeño común.

El final de cada año constituye ya una meta. Considerarlo sólo como tiempo de exámenes es poco en la visión educativa cristiana. El programa escolar es sólo una parte del todo. Es, más bien, tiempo de hacer balance inteligente y serio de cuánto del proyecto educativo se ha realizado o se ha incumplido.

Meta más importante es la alcanzada al final del período escolar. A tal meta debería corresponder el más alto nivel de educación completa humana y cristiana conseguido por los alumnos.

103. La dimensión religiosa del ambiente potencia la calidad del proceso educativo cuando se cumplen algunas condiciones que dependen de los educadores y de los alumnos.

Conviene subrayar, en especial, que los alumnos no son meros espectadores, sino que constituyen parte dinámica del ambiente. La condiciones favorables se dan cuando en torno al proyecto educativo se establece el grato consenso y la voluntad de cooperación de todos; cuando la relaciones interpersonales se mantienen en la línea de la caridad y libertad cristianas; cuando cada uno ofrece a los demás su testimonio evangélico en las vicisitudes de la vida cotidiana; cuando en el ambiente llega a crearse una voluntad de llegar a las metas más altas en todos los aspectos, humanos y cristianos, del proceso educativo; cuando el ambiente permanece constantemente abierto a las familias, insertado en la comunidad eclesial y abierto a la sociedad civil, nacional e internacional. Estas condiciones positivas se ven favorecidas por la fe común.

104. Es preciso un esfuerzo decidido para superar los síntomas patológicos del ambiente, tales como: ausencia o debilidad del proyecto educativo; preparación insuficiente de las personas responsables; atención preferentemente centrada en los éxitos académicos; distanciamiento sicológico entre educadores y alumnos; antagonismos entre los mismos educadores; disciplina impuesta externamente sin la participación convencida de los alumnos; relaciones puramente formales e incluso tensiones con las familias, no involucradas en el proyecto educativo; manifestaciones inoportunas de unos u otros; poca cooperación de cada uno al bien común; aislamiento respecto de la comunidad eclesial; desinterés o cerrazón para con los problemas de la sociedad; tal vez una enseñanza religiosa rutinaria ... Si se diesen alguno o varios de estos síntomas la dimensión religiosa de la educación se vería seriamente comprometida. La misma enseñanza religiosa sonaría quizá como palabra vacía en un ambiente empobrecido, que no sabe manifestar un testimonio y un clima verdaderamente cristianos. Es necesario reaccionar ante estos síntomas de malestar recordando que el Evangelio invita a una continua conversión.

105. Buena parte de la actividad educativa tiende a asegurar la colaboración del alumno, que es siempre imprescindible, dada su condición de protagonista en el proceso educativo. Ya que la persona humana ha sido creada inteligente y libre, no es posible concebir una verdadera educación sin la decisiva colaboración del sujeto de la misma, el cual actúa y reacciona con su inteligencia, libertad, voluntad y con su complejo mundo emotivo. Por lo que el proceso no avanza si el alumno no coopera. Los educadores expertos conocen las causas de las inhibiciones juveniles. Son causas de orden sicológico e incluso teológico vinculadas a la culpa original.

106. Varios factores pueden concurrir a estimular la colaboración del joven en el proyecto educativo. Al alumno que ha alcanzado suficiente nivel intelectual se le debe invitar a participar en la elaboración del proyecto, no, como es obvio, para establecer los objetivos que hay que conseguir, sino para determinar mejor cómo realizarlo. Dar responsabilidad y confianza, pedir consejo y ayuda para el bien común es un factor que produce satisfacción y contribuye a vencer la indiferencia y la inercia. El alumno comenzará a insertarse de buen grado en el proceso educativo, cuando advierta que el proyecto tiende únicamente a favorecer su maduración personal.

El alumno, aunque tenga pocos años, capta si la pertenencia al ambiente es grata. Si se siente bien acogido, estimado y querido, surge en él la disposición a colaborar. Y se reafirma en esta disposición cuando el ambiente está impregnado de una atmósfera serena y amistosa, con profesores disponibles y compañeros con los que es agradable convivir.

107. Los valores y motivos religiosos que se derivan especialmente de la enseñanza religiosa escolar, facilitan mucho el logro de la alegre y voluntaria participación del alumno en el proceso educativo. No se puede, sin embargo, subestimar el hecho de que los valores y motivos religiosos sean expuestos en el desarrollo de las otras materias o en las diversas intervenciones de la comunidad docente. El profesor-educador favorece el estudio y la adhesión a los valores religiosos motivándolos con la referencia constante al Absoluto. La experiencia educativa del profesor ayuda a los alumnos a que la verdad religiosa, enseñada y aprendida, sea también amada. Esta verdad amada, que ya en sí misma es un valor, llega a ser valor también para el mismo alumno. El planteamiento cristológico de la enseñanza religiosa tiene la ventaja de facilitar el amor de los jóvenes que se centra en la persona de Jesús. Ellos aman a una persona, difícilmente aman las fórmulas. El amor a Cristo se transfiere a su mensaje, que se convierte en valor cuando es amado.

El profesor-educador sabe que tiene que dar un paso más. El valor debe impulsar a la acción, llegar a ser motivo de actuar. De la verdad se llega a la vida mediante el dinamismo sobrenatural de la gracia, que ilumina y mueve a creer, amar y obrar según la voluntad de Dios, por medio del Señor Jesús, en el Espíritu Santo. El proceso educativo cristiano se desarrolla en la continua interacción entre la actuación experta de los educadores, la libre cooperación de los alumnos y el auxilio de la gracia.

108. Dada la situación que se ha creado en varias partes del mundola escuela católica recibe a un contingente escolar cada vez más numeroso de credos e ideologías diversos— se hace inaplazable la necesidad de aclarar la dialéctica que es preciso establecer entre el aspecto cultural propiamente dicho y el desarrollo de la dimensión religiosa. Esta dimensión religiosa es un aspecto imprescindible y sigue siendo la tarea específica de todos los cristianos que trabajan en las instituciones educativas.

Sin embargo en tales situaciones no siempre será fácil o posible llevar a cabo el proceso de evangelización. Se deberá, entonces, atender a la pre-evangelización, esto es, a la apertura al sentido religioso de la vida. Esto conlleva la individuación y profundización de elementos positivos sobre «el cómo» y «el qué» del proceso formativo específico.

La transmisión de la cultura debe estar atenta, ante todo, a la consecución de los fines propios y a potenciar los aspectos que forman al hombre y, en particular, la dimensión religiosa y la aparición de la exigencia ética.

Teniendo en cuenta la unidad en el pluralismo es preciso realizar un discernimiento inteligente entre lo que es esencial y lo que es accidental.

La exactitud del «cómo» y del «qué» permitirá el desarrollo completo del hombre en el proceso educativo, desarrollo que puede considerarse como verdadera preevangelización. Terreno este donde «construir».

109. Al hablar del proceso educativo es obligado proceder por análisis de diversos elementos. En la realidad no se procede siempre del mismo modo. La escuela católica es un centro de vida. Y la vida es síntesis. En este centro vital, el proceso educativo se desarrolla en continuidad mediante un intercambio de acciones y reacciones en sentido horizontal y vertical. Es un punto que califica la escuela católica y no encuentra analogía en otras escuelas no inspiradas en un proyecto educativo cristiano.

110. En la relación interpersonal los educadores quieren y manifiestan este amor a sus alumnos y no pierden ocasión, por lo tanto, de animarlos y estimularlos en la línea del proyecto educativo. Palabra, testimonio, aliento, ayuda, consejo, corrección amistosa ... todo favorece el proceso educativo, entendido siempre en su sentido completo del conocimiento escolar, comportamiento moral y dimensión religiosa.

Los alumnos, si se sienten queridos, aprenderán a amar a sus educadores. Con sus preguntas, confidencias, observaciones críticas y propuestas para mejorar el trabajo de clase y de la vida del ambiente, enriquecerán la experiencia de sus educadores y facilitarán el esfuerzo común en el proceso educativo.

111. En la escuela católica se va más allá: hacia el continuo intercambio vertical, donde la dimensión religiosa de la educación se expresa con toda su fuerza. Cada alumno tiene una vida propia, con su pasado familiar y social no siempre feliz, con las inquietudes del muchacho y del adolescente que crece, y con los problemas y preocupaciones del joven llegado a la madurez. Por cada uno de ellos rezan los educadores, a fin de que la gracia de frecuentar una escuela católica abarque y penetre toda su vida, iluminándola y asistiéndola en todas las necesidades de la existencia cristiana.

Por su parte, los alumnos aprenden a rezar por sus educadores; conforme van creciendo, se dan cuenta de sus dificultades y sufrimientos. Por esto rezan para que su carisma educativo crezca en eficacia, su trabajo sea alentado por los éxitos y su vida, llena de sacrificios, tenga el apoyo y la serenidad de la gracia.

112. De este modo se establece un intercambio humano y divino, una corriente de amor y gracia que pone el sello de autenticidad a una escuela católica. Mientras tanto los años pasan. Año tras año el alumno tiene la gozosa sensación de que crece no sólo física, sino también intelectual y espiritualmente, hasta conseguir la maduración de su personalidad cristiana.

Mirando su pasado, reconocerá que el proyecto educativo de la escuela, con su colaboración, se ha hecho realidad. Mirando al futuro, se sentirá más libre y seguro para afrontar las nuevas e inminentes etapas de su vida.

CONCLUSIÓN

113. El entregar a los Excelentísimos Ordinarios locales y a los Revmos. Superiores y Revmas. Superioras de los Institutos  Religiosos dedicadas a la educación de la juventud estos elementos de reflexión que ofrecemos a todos los educadores de las escuelas católicas, la Congregación desea renovarles su sentido aprecio por su inestimable labor al servicio de la juventud y de la Iglesia.

114. Por esto, la Congregación agradece profundamente a  todos los responsables la labor realizada y que continúan realizando, a pesar de las dificultades de todo género: políticas, económicas, organizativas ... Muchos desarrollan su labor con grandes sacrificios. La Iglesia está agradecida a cuantos consagran su propia existencia a la misión fundamental de la educación y de la escuela católica. Y confía que otros muchos, con el auxilio divino, reciban el carisma y acojan generosamente la apremiante llamada a unirse a ellos en la misma misión.

115. La Congregación querría añadir una invitación cordial a la investigación, estudio y experimentación de cuanto concierne a la dimensión religiosa de la educación en la escuela católica. Mucho se ha hecho ya en este sentido. De muchas partes piden que se haga más. Creemos que esto es posible en todas las escuelas que gozan de suficiente libertad, asegurada por las leyes estatales. Tal posibilidad aparece más comprometida en aquellos Estados en que, si bien no se impide la función docente de la escuela católica, la formación religiosa es contestada. En estos casos, la experiencia local es determinante. La dimensión religiosa será evidenciada, en la medida de lo posible, dentro de la escuela o fuera de ella. No faltan familias y alumnos de confesiones o religiones diversas que optan por la escuela católica, pues aprecian su calidad didáctica, reforzada por la dimensión religiosa de su educación. Los educadores deberán responder, del mejor modo posible, a su confianza, teniendo siempre presente que el camino del diálogo ofrece fundadas esperanzas en un mundo de cultura pluralista.

Roma, 7 de abril de 1988, San Juan Bautista de La Salle, Patrono Principal de los educadores de la infancia y de la juventud.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

      

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