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02-10-2025

Y la escuela ¿qué hizo?

No pasa un día sin que, al revisar las noticias, encontremos algún hecho que involucra a alumnos de alguna escuela envueltos en situaciones de peligro. Son menores que también son hijos, socios de clubes, miembros de comunidades, pero que, socialmente, son identificados como “alumnos”. Entonces surge la pregunta: “Y la escuela, ¿qué hizo?”, “¿qué dejó de hacer?”. Persiste la sensación de que, una vez escolarizado un niño o adolescente, la responsabilidad por sus actos recae sobre la institución. Esto responde, en parte, a que la escuela sigue siendo vista como una autoridad capaz de intervenir o prevenir aquello que sus alumnos piensan, hacen o padecen.

 

Sin embargo, esa capacidad es, en gran medida, solo una percepción. La escuela ha perdido su rol rector en la sociedad actual. Cuestionamos su necesidad, sus métodos, sus logros, y al hacerlo, debilitamos su alcance y sus posibilidades. Para muchas familias, la escolarización es obligatoria, pero elegir escuela no es sencillo. No existe un modelo claro ni consenso sobre qué es necesario aprender. Incluso hay adultos que se enorgullecen de su presente a pesar de haber tenido experiencias escolares negativas: “la escuela no me sirvió”.

 

Pese a todo, compartimos una preocupación genuina: nuestros jóvenes crecen en entornos marcados por la violencia en sus vínculos y formas de comunicación. Esa preocupación compartida puede ser el punto de partida para sentarnos a una mesa de diálogo. Desde la escuela, debemos repensar cómo brindar mejores herramientas a nuestros docentes. La imagen de la maestra aislada en su aula ya no es viable. Los equipos deben constituirse con una mirada profesional, coordinada en el cuidado y la formación de los alumnos. Los directivos, lejos de ser meros superiores jerárquicos, deben organizar el trabajo con principios claros, lógicos y consensuados, que prevengan el personalismo y promuevan la empatía.

 

El abordaje de problemas debe basarse en protocolos conocidos por todos. Lo nuevo debe analizarse, revisarse y servir para construir acuerdos de cara al futuro. El trabajo en el aula debe abrirse al análisis entre colegas, entendiendo que la autocrítica no debilita al docente, sino que fortalece su profesionalismo. La escuela debe mejorar la comunicación con su comunidad educativa. El alumno es su usuario: una persona en continuo desarrollo, que necesita adultos capaces de trabajar en equipo. Su familia es su principal apoyo, y es con ella con quien la escuela debe establecer espacios de escucha e intercambio genuino.

 

No cerremos las puertas de las escuelas. Abrámoslas de forma ordenada, con actividades programadas, diseñadas para padres ocupados, que también enfrentan conflictos. Debemos pensar en estrategias de encuentros breves, enriquecedores; clases y actividades compartidas; diálogos espontáneos pero respetuosos, no desde la autoridad ni la desconfianza, sino desde la colaboración por el bien común. Cada vez más, es necesario explicitar las reglas del juego. Lo que antes se daba por supuesto ya no puede asumirse en una sociedad diversa y heterogénea. La escuela debe transparentar sus fundamentos, explicar desde dónde y hacia dónde enseña, y estar dispuesta a revisar sus criterios, con el objetivo de cuidar y respetar a sus alumnos para que crezcan como ciudadanos responsables. Ese es su interés superior.

 

Cuando un docente impone normas sin explicar ni escuchar, ejerce violencia. Cuando una familia desvaloriza al docente, también genera violencia. Los chicos necesitan encontrar entornos de respeto tanto en la escuela como en su hogar. La formación docente debe renovarse, apuntando a un rol más profesional, flexible y capaz de diagnosticar para intervenir de manera precisa. Además, es clave mejorar las condiciones laborales, ofrecer oportunidades de capacitación continua y dignificar el lugar de los educadores en la sociedad.

 

Solo adultos que trabajan en acuerdo podrán ayudar a los adolescentes a crecer en confianza, compromiso y resiliencia frente a los desafíos de un mundo complejo. Es responsabilidad de las autoridades educativas y de toda la sociedad civil generar este espacio. La salud y la educación necesitan, más que nunca, mejores condiciones, oportunidades reales de formación y un reconocimiento social genuino. Es momento de pensar en nuestros docentes.

 

DRA. MARILYN FUEYO

Codirectora del Programa de Capacitación y Protección de Menores de la Escuela de Educación de la Universidad Austral

Ex Vicepresidente CEC  

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